
“Sin Luz, Sin Escuela: El Día que la Educación También se Apagó”

El pasado lunes, España vivió algo que muchos no esperaban en pleno siglo XXI: un apagón general que nos devolvió por unas horas a una realidad sin pantallas, sin móviles, sin relojes digitales… y, sorprendentemente, sin educación. Porque aunque muchos piensen que el aprendizaje no depende de enchufes ni baterías, el día del apagón demostró que incluso la escuela más tradicional necesita algo más que lápices y libretas para funcionar.
Yo era de los que pensaba que el colegio podía seguir adelante sin necesidad de tecnología. Me decía: “Si falla el Wi-Fi, volvemos a la tiza. Si se va la luz, abrimos las ventanas y seguimos.” Pero el lunes todo cambió. La luz se fue… y con ella, se detuvo todo. Las familias no sabían si llevar o no a sus hijos al centro, los semáforos apagados colapsaron el tráfico, los profesores no podían comunicarse entre sí. Y de repente, un país entero paró. No por comodidad, sino porque no podía hacer otra cosa.
La educación no se detuvo porque no tuviéramos ordenadores. Se detuvo porque vivimos en una sociedad completamente interconectada donde cada pequeño gesto depende de algo más grande: el transporte, la información, la seguridad, la comunicación. ¿Cómo explicar a un niño que no hay cole hoy, no porque llueva o haga frío, sino porque los cables que no vemos han dejado de enviar energía?
Lo más triste no fue cancelar las clases. Lo más triste fue ver la incertidumbre en las caras de madres y padres que no sabían qué hacer con sus hijos. Fue escuchar a compañeros decir “yo quería dar clase, pero nadie pudo llegar”. Fue esa sensación de vulnerabilidad, de saber que por mucho que queramos resistirnos a la modernidad, la escuela también depende de ella.
Ese día, muchos se dieron cuenta de que la educación no es solo enseñar. Es cuidar, proteger, organizar, guiar. Y todo eso necesita algo tan invisible y silencioso como la luz. Una luz que no solo ilumina las aulas, sino que sostiene el engranaje entero.
El apagón fue breve. Las luces volvieron. Pero ojalá no olvidemos lo que sentimos durante esas horas. Porque a veces hace falta quedarse a oscuras para ver con más claridad lo que realmente importa.